CAPÍTULO 114
MONSERRAT
El murmullo suave de las voces, las campanas de la iglesia repicando en lo alto y el aroma a flores blancas llenaban el ambiente. Hoy es un día especial. El bautismo de Sofía, la hija de Leonardo y Elena, se había convertido en un acontecimiento familiar y emotivo para todos los que estábamos allí. Nunca imaginé que aceptaría con tanto entusiasmo ser la madrina de una niña, pero cuando Elena me lo pidió, no pude negarme. Ella era esa hermana que nunca tuve y su pequeña hija se había ganado mi corazón desde el primer día que la vi.
Mientras me acomodaba el vestido color crema frente al espejo del vestíbulo de la iglesia, sentí un nudo en el estómago. No solo por la importancia del momento, sino porque sabía que Julián también estaría allí. No como un invitado más, sino como el padrino. El destino, una vez más, nos había colocado juntos en una situación que removía sentimientos que yo creía controlados.
Entré al templo y me encontré con Elena, que sostenía a Sofía