Celeste se levantó tarde aquella mañana. Había pasado la noche sin dormir, repasando en su mente la conferencia de prensa de Aelin.
Encendió la televisión, y allí estaba de nuevo: la imagen de Aelin al lado de Darian Vólkov, anunciando con serenidad que ahora era Aelin Vólkov.
El titular en letras doradas cruzaba la pantalla:
“El poder detrás del matrimonio secreto: Aelin y Darian, la pareja más influyente del momento.”
Celeste apretó los puños sobre la sábana. —No… —susurró, con un nudo en la garganta—. No puede ser.
En el comedor de la mansión, Amanda y Esteban hojeaban los periódicos. Todos decían lo mismo: “La pareja Vólkov redefine el tablero del poder.”
Amanda suspiró, dejando el diario sobre la mesa.
—Celeste… esto cambia todo.
Celeste entró al comedor con un vestido impecable, como si quisiera disimular el cansancio en su rostro. Se sirvió café sin mirar a sus padres.
—No cambia nada —dijo con frialdad.
Esteban la miró con cautela.
—¿Cómo puedes decir eso