Los periódicos amanecieron con una sola portada: “Aelin revela su matrimonio con Darian Vólkov: ahora es Aelin Vólkov.”
Las fotos de la conferencia de prensa dominaban pantallas, marquesinas y redes sociales. El rostro de Aelin, frío y seguro, aparecía en cada esquina: alzando la carpeta con los documentos, renunciando al apellido Valtierra y, finalmente, pronunciando el nombre de su esposo con la calma de quien sabe que está ganando la batalla. En contraste, Isabella despertó con la garganta seca y el corazón agitado. Encendió el televisor de su suite y allí estaba: Aelin abrazada a Darian al final de la conferencia, una imagen que la perseguiría como un puñal. —¡No… no puede ser! —gritó, lanzando el control contra la pantalla. Caminar de un lado a otro en la suite era inútil, pero Isabella no podía detenerse. Cada paso era una descarga de ira. —Se casó en secreto… ¡Se casó en secreto! —repetía una