El cielo de la ciudad se teñía de tonos violetas cuando Aelin despertó aquella mañana con un presentimiento clavado en el pecho. No era ansiedad, ni miedo. Era una llamada silenciosa. Como si algo invisible la estuviera empujando hacia una dirección que no podía ignorar.
—¿Tienes una reunión esta mañana? —preguntó Darian, colocándose la camisa frente al espejo.
Aelin se sentó en el borde de la cama, aún en bata de seda negra, y negó con la cabeza.
—No. Pero necesito ir al antiguo apartamento. El que usaba antes de… todo.
Darían la miró por el reflejo. Su ceja se arqueó con interés.—¿Algún motivo?
—Creo que algo me está esperando allí. Algo que dejé… o que alguien dejó para mí.
Unas horas más tarde…
El viejo apartamento estaba intacto. Abandonado, pero limpio. Nadie había entrado desde que Aelin huyó de aquel infierno emocional. Todo estaba cubierto de sábanas blancas. El polvo flotaba como recuerdos suspendidos en el aire.
Aelin caminó entre sus antiguos muebles como si atravesara un