La lluvia golpeaba suavemente los ventanales de la mansión Vólkov.
Era uno de esos días raros en los que el mundo parecía ralentizarse, donde incluso los susurros del poder se acallaban por unas horas. Y Aelin lo supo apenas abrió los ojos: ese día no estaba hecho para venganzas ni para guerras. Estaba hecho para ellos.
Se sentó en la cama, aún envuelta en las sábanas, con el cabello suelto cayendo como seda sobre sus hombros. El aroma a café llegaba desde el pasillo, cálido y embriagante. Sonrió antes de levantarse.
Al bajar a la cocina, lo encontró ahí.
Darian, descalzo, con una camiseta blanca y el cabello algo desordenado, estaba intentando partir un aguacate mientras leía una receta desde una pantalla táctil.
—Estás a punto de cometer un crimen culinario —dijo ella desde la puerta.
Darian levantó la vista con una sonrisa ladeada. —Tú tenías que arruinar la sorpresa.
—¿Sorpresa? Si la cocina termina en llamas no me sorprendería.
—Muy graciosa, Sombra de Medianoche.
Aelin rió mient