El día amaneció con un brillo tibio sobre la ciudad.
Adrián se preparó temprano para ir a la empresa. Miranda aún dormía, envuelta en las sábanas, con el cabello extendido sobre la almohada. Durante unos segundos, él se quedó observándola en silencio, tratando de borrar de su mente las palabras que Sara había dejado flotando la noche anterior.
“Un artista nuevo… bastante atractivo”, había dicho ella con esa voz suave que nunca sonaba malintencionada, pero siempre dejaba algo suspendido en el aire.
Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso. No quería volver a desconfiar.
Tomó su portafolio y salió de la habitación.
En la empresa, el ambiente era distinto desde que Sara había comenzado a trabajar allí. Su llegada había causado cierta curiosidad entre los empleados. Todos sabían que era la cuñada del señor Belmonte, pero pocos comprendían por qué había decidido tomar un puesto tan modesto en el departamento de marketing.
A Sara no le importaba.
Ese era exactamente su plan: pasar desaper