El sol de la tarde se filtraba a través de los amplios ventanales de la galería.
El aire olía a pintura fresca y a flores secas; un murmullo suave acompañaba el ir y venir de los visitantes. Miranda caminaba entre las obras, con paso tranquilo, sosteniendo una copa de vino blanco que un asistente le había ofrecido al llegar.
Hacía tiempo que no se sentía tan ligera.
Desde que había decidido retomar sus visitas al mundo del arte, su ánimo había cambiado. Era como si, entre lienzos y esculturas, encontrara una parte de sí misma que había dejado dormida por demasiado tiempo.
—Señora Belmonte, qué gusto verla —la saludó una de las curadoras, con una sonrisa amable—. Siempre es un placer tenerla aquí.
—Gracias, Laura. Es bueno verte, en estos días he estado viniendo a la galería, pero no había podido verte.
—Estuve fuera esta ultima semanas y acabo de regresar. Y venir y verla aquí es bueno.
—Este lugar me hace sentir bien, y me reconforta.
—Precisamente hoy tenemos un nuevo artista invita