Adrián estaba de pie frente a Miranda sin poder aun creer que por fin la había encontrado.
Habían pasado semanas desde la desaparición de Miranda, y la frustración se había vuelto su sombra constante. Las noches sin dormir se acumularon, igual que las tazas de café frío en su escritorio. Había agotado todos los recursos, hablado con cada contacto, revisado cada pista… pero Miranda se había esfumado del mapa, como si el mundo la hubiera tragado.
Y, sin embargo, Adrián sabía que estaba en algún lugar bien y sin él. Eso le había dolido. Su ausencia tenía un peso tangible, un vacío que no dejaba de gritarle que debía de seguir luchando que debía encontrarla, y que no todo estaba terminado para los dos.
Esa certeza lo había mantenido en pie.
Por lo que una tarde, sentado en su oficina, su mirada cayó sobre una carpeta olvidada: el expediente del divorcio. Javier Ortega. El nombre del abogado resonó en su mente como un eco molesto. Entonces una idea vino a su cabeza debía de permitir que el