Ella me mira de pies a cabeza… y me ignora con una elegancia fingida que me da risa y coraje al mismo tiempo. No pienso quedarme parada como una tonta escuchando cómo estos dos hacen planes como si yo fuera un mueble.
Avanzo, pero un agarre fuerte en el brazo me detiene.
Es Damián.
Me alcanza en unos cuantos pasos, como si tuviera radar para mis intentos de huida. Su novia viene detrás, pegada como sombra desesperada. Y entonces no puedo evitar preguntarme por qué no hace con ella esta farsa en vez de arrastrarme a mí.
Cuando entramos, la escena parece sacada de una postal elegante pero triste: mucha gente bien vestida, copas delicadas balanceándose en manos aburridas, música suave… un hombre tocando piano en la esquina sin que nadie lo escuche de verdad. Da pena. Todos están serios, algunos incluso parecen sufrir en silencio mientras fingen disfrutar.
El abuelo de Damián aparece enseguida, imponente sin esforzarse.
Lo saluda, le toma el brazo con cariño y autoridad mezcladas. Luego m