—Hay que ir a la cafetería.
—No, prometiste un reposo.
Suspiro mientras Darío sigue manejando en silencio, sin discutir más. Las calles se ven borrosas por la lluvia tenue que cae. A través del cristal empañado, miro las luces reflejarse como si todo el mundo estuviera girando a un ritmo que no puedo seguir.
Llegamos a su casa y bajo rápido, con el cuerpo aún adolorido por el accidente. Apenas cierro la puerta detrás de mí, subo las escaleras y me dejo caer sobre la cama. El colchón parece absorber todo mi cansancio, y mis párpados se rinden de inmediato.
No sé cuánto tiempo duermo, pero el sonido insistente de mi celular logra despertarme. Con la voz aún ronca, respondo sin mirar quién llama.
—¿Dónde estás? —la voz de René suena alterada—. Fui al hospital y ya no estabas, dicen que saliste casi corriendo. Creí que irías a verme.
—¿A dónde iría a verte? ¿Dime a dónde? —respondo, intentando mantener la calma.
—Lo siento… ya no pude darte la sorpresa que te tenía planeada.
—René, no cre