Cuando porfin empiezo de cero.
En mis manos repaso los documentos que me dio Darío.
La dirección donde me quedaré, una tarjeta de crédito que él insistió en darme —solo para emergencias, dijo— y una pequeña nota escrita a mano donde me deseaba suerte.
La leo varias veces.
Me tiemblan las manos.
Cierro mis ojos y termino quedándome dormida en el asiento del avión, agotada emocionalmente.
Cuando el avión aterriza, siento el golpe del regreso a la realidad.
Recojo mis cosas, respiro profundo y me dirijo a la dirección que él me dio.
Llego.
Y el lugar… sí. Me gusta.
No es lujoso.
No tiene nada de ostentoso.
Pero es mío.
A mí me sabe a libertad.
Una casa humilde, silenciosa, con olor a tiempo detenido.
Mi celular suena. Contesto.
—Gracias, Darío. La casa es hermosa.
—Espero y puedas empezar desde cero —me responde él.
—Mañana saldré a buscar trabajo.
—Ania, un amigo me hizo el favor en su despacho… trabajarás. No sé si quieras, pero harías limpieza.
—Me encanta. Claro que mañana me presentaré. Gracias.
—De nada —me dice