Todo en contra.
—Eso no es verdad —le digo intentando que mi voz no tiemble.
René asiente con una calma que me desarma.
—Sí lo es, amor —susurra, como si decirlo con ternura lo hiciera menos cruel.
Mi respiración se acelera, el pecho me arde. Intento quitarme el cinturón de seguridad, necesito salir, huir de él, de sus mentiras, de todo. Pero no alcanzo a reaccionar cuando un estruendo rompe el aire. Todo ocurre en un segundo: un chirrido, un golpe seco, un dolor agudo en la cabeza… y luego nada.
El impacto me lanza hacia adelante; siento cómo el mundo gira y se apaga. Mi cabeza late como si fuera a estallar y el cuerpo me pesa como si no fuera mío. Lo último que alcanzo a ver es a René hablándome, con la sien abierta y la sangre corriéndole por el rostro. Sus labios se mueven, pero no escucho nada. Después, solo oscuridad.
Despierto con un pitido constante y el olor penetrante del alcohol médico. La luz blanca del techo me ciega. Todo me duele. Intento moverme y una punzada en la cabeza me