Era más fácil cuando nos quedábamos en casa en vez de salir y exhibirnos. Me ponía nerviosa porque ya no existía eso de fingir ser algo. Ahora lo era y el peso era enorme, más de lo que me había imaginado.
Massimo me había dicho que iríamos a la ópera.
—¿Adónde? —le pregunté.
—A La Scala. La «novia» de Torriani canta. Envió las invitaciones. Es más como un desfile político.
—¿Y qué se supone que haga?
—Solo ir conmigo.
¡Bien! No tenía idea quién era Torriani, ni La Scala, ni la ópera. Pero al parecer solo ir con él lo solucionaba todo.
Y me había elegido otro vestido. Lo hacía callado, sin avisar. La prenda simplemente aparecía colgada de una percha, los zapatos también los escogía. Había una sensación muy particular en eso, casi excitante. Un morbo por controlar y dejar que me controlara.
Negro, con un escote en la espalda, de seda, lustroso, hermoso. Me lo puse y me paré frente al tocador. ¿Qué diría mi hermana si me viera? Ella todavía no sabía nada, solo que tenía un novio nuevo y