Anatomía del desastre

—Me sigues mintiendo —la acusé.

—Cree lo que quieras, no me importa.

No sabía qué hacer. La rabia no se me iba, pero la veía llorar y se me partía el alma. Tenía razón, era un enfermo. Un loco. Y ella estaba tan loca como yo por querer quedarse conmigo.

—¿Qué se supone que tengo que creer si no me dices las cosas?

—Lo que quieras, ya te dije. Me da igual. No hice nada malo, no tengo por qué contarte todo lo que hago desde que me levanto hasta que me acuesto… Y me haces seguir para controlarme.

Yo no era, alguien más lo estaba haciendo. Eso mismo era lo que me daba más miedo. No poder cuidarla. Así como le tomaron fotografías, podrían haberle hecho cualquier cosa. Siempre había más de uno esperando la oportunidad de darme un golpe.

Victoria se sentó en la cama. Se tocó el brazo donde la había lastimado.

—Massimo.

—¿Qué?

—Déjame en paz un rato.

—¿Qué?

—Que me dejes sola.

Ya no sonaba enojada, ya no lloraba. Solo estaba ahí, hablándome bajo como si estuviera cansada.

—No.

—¿Por qué no?

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