Paulina
El auto se detuvo frente a la entrada y Aníbal me abrió la puerta.
Ni lo miré. Me bajé con el cuerpo tenso, el estómago revuelto y una presión en el pecho que no se me iba desde la boutique.
Entré directo, sin saludar a nadie, sin pasar por el salón. Subí las escaleras con pasos rápidos y medidos.
Me metí en mi habitación, cerré la puerta y la trabé. No porque sirviera de algo. Solo porque necesitaba un gesto mínimo de control.
Me quité el vestido con movimientos lentos. Cada músculo del cuerpo me dolía por dentro.
Me metí al baño, abrí el agua caliente y me dejé envolver por el vapor. El sonido de la ducha me dio una tregua. Solo un rato.
Lavé mi cuerpo como quien intenta borrar el día. Las manos me temblaban. No sabía si era por el miedo o por la impotencia.
Salí envuelta en la toalla, con el cabello mojado y descalza. Abrí el ropero para vestirme cuando la puerta se abrió de golpe.
La cerradura voló contra la pared.
—¡¿Así que ahora me dejas solo?! —gritó Pierre, con los