Paulina
Estaba esperando a la señora Candance en el sillón de la sala de espera.
Y aunque estaba nerviosa, tenía que mostrarme como la dama de alta clase que me habían enseñado a ser.
Sentía la tensión en todo el cuerpo, pero me obligué a mantener la espalda recta y la sonrisa amable.
Era la primera vez en mucho tiempo que me sentía como yo. Como la Paulina que había trabajado años para llegar a este tipo de entrevistas.
La que soñaba con ver sus diseños en vitrinas como esta.
A mi lado, Aníbal no decía nada. Permanecía de pie, como una sombra discreta, mirando al frente.
Yo fingía que no lo notaba. Pero sabía que estaba tan atento a mi respiración como a las puertas que se abrían y cerraban.
Cuando escuché los pasos venir, me alisé el vestido por instinto. Una mujer alta, delgada y elegante se acercó con una sonrisa amplia.
—Señorita Salazar —dijo con entusiasmo—. ¡Qué placer conocerte al fin!
Me puse de pie de inmediato y estreché su mano. La señora Candance era todo lo que imag