Magda
Las luces del pasillo parpadeaban como si también estuvieran cansadas.
Mi guardia estaba por terminar, pero aún me quedaban algunas tareas pendientes: firmar las evoluciones, dejar asentadas las indicaciones de la paciente de la 307, y pasar por la neonatología para ver a la beba prematura que había ayudado a recibir hacía unas horas.
—¿Doctora Salvatore? —dijo una voz detrás de mí.
Me giré con una sonrisa. Era la señora Mena, la enfermera más experimentada del piso.
—Dígame, ¿otra ronda de café? ¿O solo viene a controlarme porque no puede creer que alguien pueda estar de buen humor a esta hora?
—Ay, mi niña… —respondió con una palmadita en el brazo—. Eres un sol. Ojalá todas fueran como tú.
—No diga eso, que me malacostumbra —bromeé, pero sentí un calorcito en el pecho.
Era así todo el tiempo.
Me pasaba en la residencia, en la fundación, en cada rincón donde me conocían. No porque hiciera nada especial. Solo… trataba a todos con respeto. Como me enseñaron mis padres. Con empat