Luciano
Pasaron meses desde aquella noche en la que pensé que la perdía.
Desde entonces, no volví a separarme de ella.
Magda se convirtió en mi rutina favorita.
En el primer mensaje del día. En la razón por la que mi calendario estaba lleno de alertas ridículas como “almuerzo con la doctora”, “flores nuevas” o “recordar que odia el chocolate blanco”.
No sabía ser novio.
Pero con ella, aprendía. Cada maldito día.
Y no porque alguien me lo enseñara. Sino porque la miraba… y me nacía.
Desde cocinarle en silencio hasta esperarla con un ramo de flores en la puerta del hospital después de una guardia de 24 horas. De dejarle notas escritas a mano hasta soportar a Iván, su amigo, que parecía demasiado feliz de vernos juntos.
Magda se reía de mí. De lo exagerado que era.
Pero cuando creía que no miraba, se le encendían los ojos.
Y eso valía cada mald¡ta cosa que hacía.
El día de la boda de su hermano y Malena llegó más rápido de lo que esperábamos. No es que conociera a Max. Magda todavía no