PaulinaMe desperté sintiendo la garganta seca. Tenía la cara pegada a la almohada. Mi cuerpo estaba todavía entumecido.Abrí los ojos despacio. La luz del sol entraba por las cortinas, cálida, suave… y traicionera. Porque el día había llegado, y con él, la realidad.Me incorporé como pude, sin hacer ruido.Y lo vi.Aníbal estaba sentado en la silla. Tenía los codos apoyados en las rodillas, la cabeza inclinada hacia abajo.Parecía que no había dormido. O si lo hacía, lo hacía a medias. Su postura era tensa, como si incluso en el sueño necesitara estar listo para algo.Me quedé mirándolo unos segundos. Su presencia no me incomodaba… pero el miedo sí.—Aníbal —dije, con voz baja.Levantó la cabeza enseguida... como si hubiera estado esperando que hablara. Tenía las ojeras marcadas y el ceño fruncido. Me miró, se acercó despacio.—¿Estás bien? —preguntó, dando un paso hacia la cama.Asentí. Aunque no estaba bien. Pero no tenía fuerzas para repetirlo.—Tienes que irte —susurré—. Ya es d
Paulina—Bueno —habló el hombre, dirigiendo la mirada a Pierre—. Creo que ahora sí tiene algo que podría hacerme recapacitar sobre los negocios que me propuso, señor Moreno...El tipo me sonrió y se alejó con la misma elegancia con la que había llegado.Su perfume quedó flotando por un segundo. Su voz… aún resonaba en mis oídos.“Se ve hermosa, señorita.”—Es Moreau, imbécil —susurró mi esposo a mi lado.Pierre volvió a apretar mi rodilla con tanta fuerza que sentí las uñas clavarse. Su sonrisa seguía pintada para los demás, pero su voz, la que solo yo podía oír, se volvió hielo.—¿Quién mierda te crees para dejar que te salude así? —murmuró entre dientes—. ¿Crees que no lo noté? ¿Ese temblor en tu sonrisa? ¿Esa mirada lujuriosa?Yo no respondí.Tatiana, al lado, ni siquiera disimuló su risa.—Ay, Pierre, no seas tan duro con ella —susurró cerca de su oído, aunque lo suficiente alto para que yo escuchara—. Es joven, y no tiene esa parte de ti que tanto añora... Es normal que se le hum
Aníbal Me quedé firme junto a la columna, observando cómo la cena se transformaba en un espectáculo.Tatiana reía fuerte, demasiado cerca de Pierre. Paulina, en cambio, sonreía en automático, con esa mirada que yo ya conocía. Vacía. Desconectada. Como si se hubiera arrancado el alma para poder sobrevivir en ese cuerpo que solo le dolía.Y entonces lo vi.Max.Mi hermano.Apareció entre los invitados como si fuera parte del decorado: elegante, silencioso, con esa presencia que llenaba el aire sin hacer ruido. Los comensales lo reconocieron al instante. Algunos susurraban su nombre. Otros bajaban la mirada.Él no saludó a nadie.Fue directo a la mesa. A ella.Después de la escena, esperé a que se alejara lo suficiente antes de moverme. Dejé mi puesto junto a la puerta y crucé entre las mesas sin apuro, hasta alcanzarlo cerca del pasillo lateral, donde los mozos iban y venían con copas vacías.—¿Qué carajo estás haciendo? —le solté en cuanto estuve a su lado.Max ni se giró.—Observand
Paulina Abrí los ojos me di cuenta de que no estaba en mi habitación. Las paredes estaban pintadas de un blanco opaco. No habían cuadros... nada que hablara de quién había dormido allí antes. Me tomó unos segundos entender dónde estaba. Una de las habitaciones de servicio. Lo supe por el colchón delgado, la manta áspera, el olor a lavanda mezclado con jabón de ropa.Me incorporé con lentitud. El cuerpo me dolía, pero no como anoche. Sentí algo frío y suave en mi muñeca: un vendaje limpio. Otro en el costado. Miré la ropa: una camiseta grande de algodón y pantalones flojos. Nada mío. Alguien me había cambiado, limpiado las heridas.Tragué saliva.Sentí una oleada de vergüenza. Y también de desconcierto. No sabía si agradecer o esconderme más profundo en esa cama ajena. Pero no podía quedarme ahí. No quería quedarme encerrada. No sin saber dónde estaba él.Me puse de pie con cuidado, descalza. Encontré unas pantuflas al pie de la cama y caminé despacio hasta la puerta. Estaba ent
Paulina La noche llegó. Había logrado pasar desapercibida todo el día, hasta que la puerta de la entrada se abrió.Los pasos de Pierre eran inconfundibles, pesados, con ese ritmo de quien se cree dueño del mundo… o de las personas que habitan en él.Me tensé al instante.—¿¡Dónde está esa cosa esa que firmó conmigo!? —preguntó en voz alta, con un tono cargado de veneno. Cuando me vio, soltó una risa seca.—¡Desaparece, zorra! ¡Hoy no tengo ganas de aguantarte!Lo miré sin decir nada. Me parecía un milagro. Una tregua que no esperaba... pero que agradecía...Un castigo pospuesto.Pero cuando dí un paso para esconderme en algún rincón, esa sonrisa torcida apareció. Esa que siempre anunciaba algo peor.—Aunque... pensándolo bien... hoy te toca consentir a mis hombres de confianza.Se hizo a un lado y por la puerta entraron tres de sus guardias: Ricardo, Fernando y Manuel. Los conocía. Siempre estaban cerca, aunque nunca me miraban como lo hicieron esa noche.Sus ojos me recorrieron
AníbalEstaba en el pasillo, apoyado contra la pared, fingiendo revisar mi reloj por décima vez en menos de una hora, cuando Ricardo se me acercó. Su andar era tan ruidoso como su presencia: pesado, seguro, como si el mundo le debiera algo.—Te toca noche libre, Rivera —dijo sin rodeos.Lo miré sin disimular el fastidio.—Prefiero quedarme. Tengo algunas rondas que...—No es opcional —me interrumpió—. El jefe fue claro. Cada uno debe salir un día a la semana. Esta noche te toca a ti. No jodas.Apreté la mandíbula. No tenía ganas de dejar la casa. No después de la última noche libre que tuve hace unos meses...Flashback —La señora tuvo un episodio. Ataque de nervios, dicen los médicos. Está internada por su seguridad. Todo está bajo control —me había dicho Pierre sin emoción alguna.Quise preguntar dónde, con qué médico, en qué clínica, pero sus ojos me desafiaron a hacerlo. Así que asentí en silencio. Y me tragué la rabia. Como tantas otras veces.Pero si discutía más, iba a levanta
Aníbal Habían pasado meses desde la última vez que la vi.Casi sesenta días desde aquella mañana en la que ella me miró desde la cama, con el alma hecha pedazos.El jefe nos pasaba el informe semanal de su estado... Y yo confié en qué estaba bien. "Porque si está lejos de él, ella no sufría más... ¿no?"Así que seguí con mi plan de descubrir a Pierre.Me metí en su rutina. Gané la confianza de Ricardo lo suficiente como para moverme entre los pasillos con mayor libertad. Vi documentos, escuché conversaciones, toqué los límites sin cruzarlos demasiado.También empecé a acercarme a Tatiana.No fue difícil. Ella buscaba atención como quien necesita oxígeno. Y si uno se sabía mover, seguro, distante, pero curioso, era fácil ganarse un poco de su tiempo.Me dejó entrar de a poco. Me contaba cosas creyendo que yo estaba interesado. Que la admiraba... que la deseaba. Que algún día, tal vez, le rogaría para meterme entre sus piernas.Yo solo escuchaba.Anotaba nombres. Fechas. Fragmentos s
PierreAntes bastaba con decirle una palabra para verla encogerse. Ahora… algo había cambiado. Tal vez era por el embarazo, pero si creía que eso la estaba salvando... Era una estúpida.Apenas el niño naciera, la desecharía... como con las demás.Tatiana era la única que tenía mi corazón por completo, era la única que me entendía y me amaba por como era.Teníamos una dinámica particular, dónde ardiamos como un fuego que no se puede apagar. Tenía a mis putas, obvio. Un hombre tan imponente como yo no podía ser para una sola. Y Tati, cuando yo me aburría de las zorras, hacía el trabajo sucio. Con solo pasarle un mensaje con una fotografía de mí y otra mujer, ella enloquecía. Les daba caza y las asesinaba... lento... torturándolas hasta el final. Amaba a esa mujer y si no fuera por su estado... ella sería mi esposa en este momento."Igual lo será después que me haga cargo de la zorra de mi esposa..." No podía dejar de pensar en el maldito contrato que había firmado. "Sin un heredero