Capítulo 10: Necesito protegerla

Aníbal

Llegamos a la casa cuando ya caía la noche.

Paulina no dijo una palabra durante el viaje. Ni una.

Se quedó en el asiento de atrás. Su cabeza apoyada contra la ventana y los ojos fijos en nada. Tenía la cara hinchada y sollozaba cada tanto.

Yo no dije nada tampoco. No quería asustarla más. No quería romper ese silencio que, aunque dolía, era lo único que parecía soportable para ella.

Apenas ella subió a su habitación, lo vi llegar.

Mi jefe.

Entró a paso tambaleante y los ojos vidriosos. Iba un poco pasado de tragos, pero no lo suficiente como para no saber lo que hacía.

Me interpuse en su camino, intentando sonar casual.

—Señor, ¿todo bien? ¿Desea que le prepare un café?

Él me miró como si recién recordara que yo existía. Se rió por lo bajo, con una sonrisa torcida que nunca me gustó.

—Ve a revisar los autos. El motor del mío hacía un ruido raro —dijo, sacudiendo la mano como quien espanta a un perro callejero.

No discutí. Asentí, di media vuelta y salí por la puerta lateral.
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