Lucile
El reloj de la pared marcaba las cuatro de la mañana, pero no podía dormir.
No lo hacía desde que mi mundo perfecto se derrumbó frente a mí… desde que me lo arrebataron todo.
Max, ese bastardo ingrato, sonreía como un imbécil en cada maldito video que había conseguido de las cámaras ocultas.
La zorra se paseaba por mi casa con sus harapientos bastardøs como si fueran príncipes.
Y Pierre…
Ese hijo de put∆ se había atrevido a traicionarme. A abandonarme cuando más lo necesitaba. A entregarme en bandeja de oro para las pirañas de la alta sociedad.
Estúpido.
Idiota.
Inútil.
Me acerqué al ventanal de la pequeña habitación de hotel que usaba como oficina y encendí un cigarrillo. No por placer, sino por ritual. Mis pensamientos eran tan punzantes que necesitaba algo que quemara para acompañarlos.
"Ellos creen que me sacaron del tablero", pensé. "Pero nadie saca a Lucile Beaumont de su propio juego. Nadie."
Escuché pasos pesados en el pasillo. René, puntual como siempre.
Giré el ros