Paulina
El cuarto estaba en silencio. Se sentía la calma dorada que solo llega con el amanecer.
La respiración pausada de mis hijos era el único sonido que se escuchaba.
Iris se había quedado dormida a mi lado. Max Jr. abrazado a su padre como si temiera perderlo otra vez. Y Magda boca arriba, con las piernas por fuera de la sábana.
Estaba despierta desde hacía un rato. No por incomodidad, sino porque… simplemente no quería cerrar los ojos.
Era demasiado perfecto, real y emocionante.
No podía dejar de mirar sus caritas dormidas. Y a Max, con el ceño fruncido incluso en sueños, como si aún no pudiera creer que estábamos todos ahí, juntos.
Me sentía completa.
Por fin.
Escuché pasos suaves acercándose por el pasillo. Una puerta que se abría. Alguien susurró mi nombre.
—Pau —la voz baja de Sofía acarició mi oído—. Shhh… sigue durmiendo. Me los llevo un rato. Unas horitas de pareja no les harán mal…
Reprimí la risa, pero asentí apenas, sin abrir los ojos. Ella entendió la seña.
Sentí cómo