Paulina
Estaba sentada en mi lugar favorito de la habitación, ese que da justo a la ventana.
Amaba la vista. El patio estaba muy bien cuidado. El verde del césped y las flores parecían brillar bajo la luz del sol.
Tenía las piernas cruzadas y una manta sobre los hombros.
"Hubiera traído una taza de té..." pensé arrepentida de haber salido corriendo de la cocina.
"Deberías haberte quedado... La comida se veía deliciosa... Y ni que hablar nuestro anfitrión..." Y ahí estaba otra vez mi conciencia. Hacia apenas unos días había vuelto a hablarme...
Y aunque era un poco dura y pervertida... la extrañaba.
Estaba tranquila. Ya no me sobresaltaba cada crujido de la casa. Bueno… casi.
Tres golpes suaves sonaron en la puerta.
Me puse tensa. El corazón se me apretó como un puño cerrado.
"Calma Popi..."
—¿Paulina? —dijo una voz grave, pero tranquila—. Soy Max. ¿Puedo pasar?
Respiré. Al menos no era un extraño. Y había preguntado antes de entrar. Me pareció un gesto pequeño, pero... me dolió e