Alexander
Mi abogado leía en silencio, con una meticulosidad casi insoportable.
Sabía que lo hacía por respeto, por asegurar que no quedara ni una coma mal puesta, pero esa noche cada segundo tenía un peso distinto.
El reloj marcaba las diez, y yo sentía que el tiempo me respiraba en la nuca.
—Quiero que quede claro —le dije sin levantar la voz—: Pierre queda fuera. Sin vuelta atrás. No quiero que ni siquiera tenga derecho a una apelación.
—Está todo redactado como pidió —respondió él, sin dejar de subrayar un punto con su pluma—. Herencia anulada. Poderes revocados. Y lo más importante: sin acceso a los fideicomisos ni al concejo familiar.
Asentí. Me serví un poco de té. Ya no tomaba whisky. Me sabía a juventud, y yo ya no era joven.
—¿Y Paulina?
—Heredará todo lo que estaba destinado a Pierre, más los fondos éticos. También incluí una cláusula que garantiza sus derechos legales sobre el apellido y la protección en caso de querer divorciarse sin penalidad.
—Bien —dije—. Si mi otro