Paulina
Pierre caminaba a mi lado con la mano en mi espalda baja, como si me guiara… o más bien, como si me exhibiera.
Yo vestía un conjunto color marfil entallado, mi cabello recogido en un moño impecable y tacones que me hacían ver más alta, más segura. O eso aparentaba.
No era la Paulina de antes.
Y ellos lo notaron.
—Señora Moreau —dijo uno de los socios de Pierre, levantándose para saludarme—. Un placer volver a verla.
—El placer es mío —respondí, dándole la mano con firmeza y una sonrisa que no mostraba los dientes.
Aprendí que las sonrisas falsas abrían más puertas que las sinceras.
Pierre se sentó a mi lado, pero no dijo nada al principio. Me dejó hablar.
De negocios.
De números.
De tendencias del mercado.
De lo que había aprendido en mis “años fuera”, como todos lo llamaban sin preguntar más.
Yo hablaba con soltura, con seguridad. Como si nunca me hubieran callado. Como si siempre hubiese sido así.
Y Pierre… Pierre me miraba como si no supiera quién era esta mujer a su lado.