Paulina
—Paulina... —escuché su voz antes de que lo viera—. ¿Todavía estás aquí?
Max estaba en el umbral, descalzo, en pijama, con el pelo alborotado y esa mirada que siempre me hacía temblar las piernas.
Volteé hacia él, con la garganta hecha un nudo.
—Tu computadora... —murmuré—. No fue a propósito. Solo vi el ícono... y...
Me detuve.
No podía hablar sin que la rabia me estrangulara.
Él se acercó despacio. Se paró frente a mí. Miró la pantalla y suspiró.
—No tenías que ver eso. Yo iba a contártelo.
—¿Desde cuándo? —pregunté, bajito.
—Hace unos días. Están en todos lados. Hice lo posible por frenarlo, por bajarlo de las redes, pero… —bajó la vista—. Él tiene acceso a más medios de los que pensé. Y juega sucio.
Sentí las lágrimas amenazar. No por tristeza. Por impotencia.
—Está cambiando la historia —susurré—. Y... ¿vamos a dejarlo?
Max negó con la cabeza.
—No. No lo voy a dejar. Pero tampoco voy a ponerte en el ojo de la tormenta hasta que estemos listos. Hasta que tú lo estés.
Me m