Max
Desperté con la garganta seca, un zumbido insistente en los oídos y un sabor metálico en la boca.
No reconocía el lugar.
Intenté moverme y sentí el cuerpo entumecido. Una sábana áspera me cubría, y cuando miré hacia abajo, lo supe.
Estaba completamente desnudo.
Y no estaba solo.
Lucile se estiraba a mi lado, envuelta en la misma sábana, el cabello revuelto y una sonrisa satisfecha en los labios.
Me incorporé de golpe.
—¿Qué mierda hiciste? —gruñí.
Sentí cómo el pulso se aceleraba y la cabeza aún me daba vueltas.
Ella parpadeó con lentitud, fingiendo que acababa de despertarse de un sueño placentero.
—Tranquilo —murmuró, sentándose despacio—. Te hizo bien descansar.
—¡¿Qué carajos hiciste, Lucile?! ¡¿Qué me diste?!
—Nada que no despertara lo que ya llevabas dentro —dijo, con una calma que me crispó los nervios—. Solo ayudé a sacar a la bestia que escondés cuando estás con esa mojigata.
Me puse de pie como pude, tambaleante. Me dolía la cabeza, el estómago, el orgullo.
—Lo que tom