SANTIAGO CASTAÑEDA
Me quedé sentado en el borde de la cama de Liliana, con la mirada perdida en el piso, dándole vueltas a todo lo que había pasado en la fiesta de mi padre. ¿En verdad quería hacer lo mismo? Froté mi rostro con ambas manos y entonces la puerta del baño se abrió.
Liliana salió con una bata de seda y actitud nerviosa. Sus ojos se rehusaban a encontrarse con los míos. Estaba avergonzada y nerviosa. Respiraba profundamente, con la actitud de dejar que yo hiciera todo, incluso recostarla en la cama.
Me levanté y avancé hacia ella, aun así no levantó sus ojos hacia mí. Tiré del cordón de seda y su cuerpo tembló cuando la bata se aflojó. Lentamente tomé el borde de la pre