JULIA RODRÍGUEZ
Fingir que mi hijo había nacido de siete meses y no de nueve fue difícil, mi suegro se la creyó, más por todo el circo que Santiago obligó que hicieran los doctores, como las incubadoras y los falsos suplementos, pero mi suegra no era tonta, había tenido hijos, sabía que mi bebé no era uno de siete meses, aún así no dijo nada y con el paso de los días su comportamiento volvió a ser el de siempre.
—¿Por qué no quieres que se llame Santiago? —preguntó Santiago molesto mientras mecía a mi bebé.
—¿Y por qué sí? —insistí molesta mientras abría la puerta de la finca.
—Pues… si no es mi hijo, por lo menos que sea mi tocayo, ¿no? —contestó como un niño al borde del berrinche.
Suspiré y acaricié el cabellito castaño y esponjoso de mi bebé antes de tomarlo de sus brazos. Su carita auguraba que con el tiempo se parecería a su padre. No sabía si era bueno o malo, pero eso no cambiaría mi amor por él.
—Y… ¿Qué tal Mateo? —preguntó Santiago detrás de mí, congelándome y al mismo