SANTIAGO CASTAÑEDA
—Alex… ¿qué ocurre? —pregunté angustiado, tomando su rostro entre mis manos mientras ella comenzaba a llorar—. ¿Estás bien? ¿Qué pasa?
—Lo siento… —susurró cerrando los ojos con fuerza y apretando los labios—. Es mi culpa, tuve que saber que esto pasaría. Tuve que cuidarme…
—¿De qué estás hablando? —Con cada palabra que decía, yo me angustiaba cada vez más. ¿Estaba enferma? ¿Tenía algo terminal? Me senté a su lado antes de cargarla y apoyarla en mi regazo como si fuera mi bebé—. Por favor, dime qué es lo que ocurre…
De un salto bajó de mi regazo y retrocedió un par de pasos, cubriendo con ambas manos su abdomen de manera protectora y algo comenzaba a formarse en el fondo de mi cerebro.
—Sé que no es el momento, esto se planea… —susurró mientras sus ojos se llenaban con más lágrimas—. Estoy embarazada.
Me quedé congelado, viéndola ante mí, como si me estuviera hablando en otro idioma. Ni siquiera podía repetir en voz alta lo que había dicho.
—¡Ya sé! —exclamó deses