CARL ROGERS
En cuanto pusimos un pie en el recibidor Julia comenzó a removerse inquieta hasta que Matt la bajó de sus brazos.
—¡Baño! ¡Baño! —refunfuñó apretando los labios y dando brinquitos, pasando su peso de un pie a otro mientras agitaba las manos.
—Ahí… —señaló Matt antes de que Julia saliera corriendo y azotara la puerta del baño en cuanto entró—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?
Matt se acercó y tomó a su hijo de mi agarre, dejándolo en el piso y dándole unas palmaditas en la cabeza, gesto que hizo que el niño explotara de alegría y se aferrara a su pierna.
—Bueno… lo que pasa es que… —no terminé de explicar cuando Julia salió del baño, colgándose de la puerta, más pálida, más ojerosa y con la apariencia de un vagabundo ebrio.
—Tenemos que encontrar a Liliana y a Santiago, tienen que saber quién está detrás de todo esto —dijo con voz temblorosa mientras jalaba aire—. Matt, son mi familia…
—Sí, y el hombre al que amas —contestó Matt tomándonos por sorpresa—. Te ayudaré a en