SANTIAGO CASTAÑEDA
El vacío es más pesado de lo que muchos creen, y el de mi pecho se estaba volviendo insoportable, cada día me costaba más sostener la sonrisa y mantener mi actitud arrogante y burlona. Cada vez era más doloroso permanecer de pie aunque me estaba muriendo por dentro. Los pensamientos suicidas se volvían más frecuentes, más insistentes, como la gota que cae constante sobre la roca hasta quebrarla.
Debo de admitir que Julia fue un rayito de esperanza, una pizca de color. Me sentí querido y apoyado, me sentí escuchado y principalmente libre de poder decir lo que fuera sin ser juzgado. Julia se convirtió en mi alma gemela, porque las almas gemelas no están condenadas al romanticismo forzado, las almas gemelas muchas veces se encuentran por el número de cicatrices que cargan y Julia y yo nos encontramos y encajamos como dos piezas de rompecabezas.
Aun así, por mucho amor que sintiera por ella, el vacío seguía creciendo, recordándome lo triste que era vivir de esa manera,