Bebió un trago, absorbió por su nariz y siguió bebiendo, alzando el vaso pidiendo un poco más.
Alguien lo reconoció. La reunión en la que estaba esa persona terminó, y esperó que los demás se fueran para enfocar mejor y estar seguro que aquél hombre vestido de traje, aunque sin la chaqueta, la corbata floja y las mangas arremolinadas, era a quien conocía.
Acertó. Adam Coney estaba allí.
El hombre, vestido también de traje y corbata, se acercó a la mesa del abogado.
—Que sean dos —dijo el recién llegado al mesero que traía la otra ronda.
Adam miró a la persona. Su rostro palideció.
—Maldita sea —pensó en voz alta.
El recién llegado, aún de pie, enarcó las cejas y sonrió al mismo tiempo al escucharle decir eso.
—¿Soy mala compañía?
Adam siguió mirando al hombre, que ahora arrimaba una silla y se sentaba frente a él.
De repente, el abogado se echó a reír.
El otro sujeto rió un poco al ver cómo Adam se destornillaba de risa. Claramente estaba ebrio, pero al mismo tiempo lo ponía