Propiedad del Jefe de la Mafia
“Dime, cariño…” La voz de Luciano era una caricia oscura. “¿Te gusta cómo te toco?”
“Sí… sí…”, tartamudeó, apenas respirando bajo la ferocidad de su mirada.
Sus dedos se apretaron alrededor de su barbilla. “Más alto.”
“Soy tuya”, susurró, suplicando, temblando, rindiéndose.
“Dilo como si lo sintieras.”
“¡Soy toda tuya!”, gritó, con el corazón latiendo contra sus costillas como si quisiera escapar.
Ese fue el momento en que todo cambió.
La vida de Alena Mancini había sido intercambiada como moneda mucho antes de que ella pronunciara esas palabras. Vendida por su padre para salvar su propia y patética vida, fue entregada al hombre del que el mundo solo se atrevía a susurrar: el tirano silencioso, el fantasma en las sombras. A quien compró a un despiadado usurero llamado Don Giorgio
Luciano Romano.
Gobernó con una voluntad de hierro envuelta en un silencio sereno. El Sindicato de Obsidiana había comenzado como una fachada. Ahora era su imperio: intocable, indiscutible, temido por todos.
Hasta que ella llegó.
Hasta que la chica con fuego en su miedo se encontró con el hombre de hielo.
¿Derretiría su corazón helado o moriría quemada en el intento?