Tras casarme con el jefe sin hijos, mi mejor amigo enloqueció
Después de que mi hermana mayor perdiera la razón, el compromiso con la familia de Rojas recayó sobre mí.
Feliz, me casé con el hombre que amaba desde niña, solo para terminar abandonada en nuestra noche de boda, convirtiéndome en la burla de Luminaria.
Pero… lo peor vino después: cuando descubrí el secreto de mi hermana, ella me atropelló con su coche y dejó mi cuerpo en medio de la nada.
Pero, al abrir mis ojos, había vuelto al día en que el compromiso cambió de manos.
Vicente Rojas abrazaba a mi hermana, aún trastornada, y besaba sus dedos con devoción.
—Luciana, no importa en qué estado estés, siempre serás la mujer que amo.
Esta vez, giré sobre mis talones y acepté la propuesta de matrimonio de Cristóbal Mendoza, el temible jefe que todos decían que jamás tendría herederos.
Y, entonces, aquel cobarde se arrodilló llorando, rogándome que volviera.