CAPÍTULO 82.

Las huellas eran apenas visibles, pero los Dreknar sabían leerlas como quien sigue la sangre en la nieve. Thodor iba al frente, los ojos inyectados de determinación. El olor de Maerthys aún persistía, débil, como un eco desvanecido, pero estaba allí… y no se detenía.

—Se alejó de Valragh —gruñó uno de los suyos, olfateando el aire entre los pinos retorcidos—. Su rastro... no tiene rumbo. Es como si anduviera dando vueltas sin saber a dónde va.

Thodor apretó los puños:

—El suelo es fácil de leer. Su rastro es... claro. Se está arrastrando de un lugar a otro, sin más dirección que la que el azar le dé. No tiene a dónde ir. Claro que no se esconde. ¿Cómo lo haría? Ya no es una bruja.

Otro lobo gruñó por lo bajo. Sabían lo que eso implicaba. Maerthys sin magia es una presa.

—No bajen la guardia —advirtió Thodor, la voz rasposa—. Aún puede ser peligrosa. No podemos confiar del todo en lo que ha dicho.

A kilómetros de allí, lejos del rugido del bosque y del aliento feroz de los Dreknar, Mae
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