CAPÍTULO 94.

La lluvia había cesado, pero el suelo seguía húmedo y blando, marcado por huellas que se desdibujaban entre el lodo y las ramas rotas. El amanecer apenas rompía con un tenue resplandor entre los árboles cuando Kael se colocó su abrigo de cuero, echó una última mirada a la cabaña de Kira donde Nox dormía, y salió al encuentro de Ragnar, que ya lo esperaba en el límite de la reserva, flanqueado por dos lobos de confianza.

—¿Listo? —preguntó Ragnar en voz baja, los ojos fijos en el bosque aún cubierto de niebla.

—Tenemos que saber quién fue —respondió Kael con firmeza—. Nadie llega tan cerca de Valragh sin dejar rastro.

Los lobos se transformaron uno a uno, sus siluetas tomando la forma de bestias majestuosas. Kael y Ragnar hicieron lo mismo, sus cuerpos fundiéndose en su forma salvaje, conectados con la tierra, el aire, el olor. Comenzaron a avanzar entre los árboles, olfateando, atentos a cada pisada, a cada brizna rota.

Los primeros rastros eran difusos: ramas dobladas, marcas ligeras
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