CAPÍTULO 95.
El aire pesaba. No por el clima, sino por el esfuerzo.
Lina se sostenía del borde de la encimera del baño, sudorosa, pálida, respirando como si cada bocanada de oxígeno se le negara. Un mareo la obligó a doblarse sobre sí misma. Las sombras bailaban en los bordes de su visión.
—Kael… —murmuró con la voz rota, antes de desvanecerse.
—¡Presión a 90/60! ¡Saturación en 82! ¡Está entrando en fallo!
—Preparen oxígeno de alto flujo. ¡Ya!
El pasillo del hospital retumbaba con los pasos apurados. Kael corría junto a la camilla, los ojos desencajados.
—¡Hagan algo! ¡Por favor, hagan algo!
Una enfermera le bloqueó el paso con suavidad pero firmeza.
—Señor, necesita salir. No podemos trabajar así.
Kael apretó los dientes, el pecho le ardía, su lobo rugía por dentro. No podía hacer nada, solo mirar cómo se llevaban a Lina.
Pasaron semanas. Días largos, noches eternas. Lina estaba estable, pero nunca del todo bien. Cada latido era una batalla para su corazón. Cada movimiento de los gemelos dentro