CAPÍTULO 93.
Una semana después, una tormenta se había desatado en la reserva de Valragh. La lluvia azotaba el suelo con furia, y el viento aullaba entre los árboles, trayendo consigo la sensación de que algo estaba por suceder. La atmósfera estaba cargada, densa, como si el mismo aire presagiara un cambio.
Clara, sentada junto a la fogata, frunció el ceño y levantó la cabeza de repente, como si algo hubiera alterado el equilibrio a su alrededor. Los lobos, dispersos en diferentes puntos de la reserva, se detuvieron de inmediato, sus orejas en alerta. Una sensación extraña recorrió su espina dorsal.
—Alguien viene —dijo Clara en voz baja, sus ojos fijos en la oscuridad, como si pudiera ver algo más allá de la cortina de lluvia que caía implacable.
Ragnar, que estaba cerca, olió el aire y frunció el ceño.
—Sangre —murmuró, con la voz grave. Su mirada se volvió dura—. Alguien ha sido herido.
Kael, que había estado a un costado, se acercó con rapidez, poniéndose en alerta.
—¿Qué estás diciendo? —preg