CAPÍTULO 97.
Lina caminaba descalza entre los árboles, su vestido blanco ondeando con el viento. Cada paso la acercaba más a ese lazo invisible que vibraba en su pecho, en su piel, en su alma.
Y entonces lo vio.
Kael, en su forma de lobo, la esperaba entre la niebla tenue, con el pelaje erizado de deseo contenido. Sus ojos dorados se clavaron en los de ella, ardientes, hambrientos… amándola. El lobo bajó la cabeza, reverente, y al dar un paso hacia ella, su cuerpo comenzó a transformarse.
La carne se estiró, los huesos crujieron, y donde había una bestia ahora estaba el hombre. Desnudo, poderoso, con los músculos tensos y la piel resplandeciente bajo la luna.
La celebración había terminado. Las luces colgantes seguían brillando débilmente entre los árboles, meciéndose con la brisa suave de la madrugada. Los gemelos dormían enredados el uno con el otro sobre una manta, exhaustos después de un día de juegos, pastel y canciones.
—No puedo creer que ya tengan tres años —dijo Lina, con voz baja, apoyan