Narrado por Teo
Gregory seguía hablando, su voz llena de entusiasmo, pero cada palabra me llegaba como si atravesara un muro espeso. No escuchaba los detalles, no prestaba atención a su risa ni a sus gestos de orgullo. Solo había un eco golpeando en mi cabeza, repitiéndose como un martillo: Karina está embarazada. Es mi hijo.
El aire en la sala de juntas se volvió pesado, imposible de respirar. Sentí que el cuello de mi camisa me apretaba como un lazo, y tuve que aflojarme el botón superior con un gesto casi desesperado. Gregory no lo notó, demasiado ocupado aún con su emoción, y yo agradecí ese descuido. Porque si llegaba a mirarme de frente, estoy seguro de que habría visto la grieta en mi máscara.
Me obligué a sostener el bolígrafo entre los dedos, a girarlo lentamente sobre mis nudillos como si todavía estuviera concentrado en los números que teníamos delante. Pero la verdad era que los números habían dejado de existir. No había cifras, no había estrategias, no había nada más allá