Narrado por Dante
Teo había cambiado. Lo noté la primera vez que entró en la oficina sin avisar, como si necesitara el caos para no derrumbarse. Ya no era ese tipo preciso que medía cada movimiento como si el mundo fuese una partida de ajedrez. Ahora parecía jugar con piezas rotas.
Lo observé desde la sala de reuniones, fingiendo revisar unos documentos, pero con los ojos clavados en él. Iba vestido con un traje oscuro, sin corbata, el cuello de la camisa abierto como si no tuviera fuerzas para cerrarlo. Tenía la mandíbula tensa, los nudillos blancos de tanto apretar el bolígrafo contra la palma.
Su mirada estaba perdida. No en sus papeles. No en la pantalla. En ninguna parte concreta.
Algo se le había quebrado por dentro.
Y yo sabía qué era. O, mejor dicho, quién.
Aunque no tenía que ser adivino para saber que era por Karina.
Ella no lo decía, pero desde aquella gala había algo distinto también en ella. Una forma más lenta de caminar, como si llevara un peso que nadie más podía carga