Narrado por Teo
La mañana llegó sin pedir permiso, filtrándose por las rendijas de la persiana como una verdad que ya no podía postergarse. Dormí poco. O tal vez no dormí en absoluto. Había cerrado los ojos, sí, pero cada vez que la oscuridad me tocaba, traía consigo la imagen de Karina, su mirada rota, su voz silenciosa, su presencia tan viva que dolía más que su ausencia.
Me obligué a levantarme. A caminar. A mover el cuerpo como si eso bastara para mover el alma. Preparé un café que no tomé, abrí el correo y lo cerré sin leer nada. Cada cosa a mi alrededor me parecía ajena. Incluso yo.
La noche anterior me había dejado con un peso distinto. No más liviano, pero sí más claro.
Había amado a Karina desde el silencio. Desde lo que no podía decir, ni prometer, ni sostener. La había amado sin saber cuidarla, creyendo que con quererla bastaba. Pero no era así. No bastaba con necesitarla. No bastaba con desear tenerla cerca. Ella no era una tabla de salvación. No era una deuda pendiente. N