NARRADO POR KARINA
El día siguiente amaneció borroso. El suero seguía corriendo por mi brazo como si pudiera vaciarme el cuerpo de lo que me pesaba dentro.
Teo seguía ahí.
Había dormido sentado, con la cabeza inclinada sobre el borde de mi cama. En algún momento de la madrugada, se le había deslizado la mano hasta mi hombro. Y se había quedado así, protegiéndome incluso dormido.
No me atreví a moverme, hasta que mi celular vibró sobre la mesa.
Teo se despertó de inmediato. Se incorporó, medio desorientado. Me miró. Yo le señalé el aparato. Él lo alcanzó y me lo puso en la mano.
Número desconocido.
Lo miré. Dudé.
Deslicé para responder.
Pero no hubo voz.
Solo un sonido: estática.
Como si alguien respirara del otro lado. Una respiración que se me metió por los huesos. Fría. Densa.
Teo me quitó el celular con delicadeza, sin preguntarme. Activó el altavoz.
—¿Hola?
Silencio.
Y luego, una frase apenas audible, entrecortada por la interferencia:
—Karina... no hables con nadie… ya saben… —y