Narrado por Karina
Dante y yo nos habíamos ido a pasar la semana en la cabaña familiar. Los primeros días estuvieron bien. Pero un día me desperté intranquila. Algo no andaba bien.
Algo estaba mal. Lo supe incluso antes de abrir los ojos esa mañana.
Era como si el aire se sintiera distinto, más denso, más vacío.
Me incorporé con lentitud, frotándome los ojos. La luz se colaba entre las cortinas con una tibieza engañosa. Afuera, los pájaros cantaban como si el mundo siguiera igual. Pero dentro de mí, algo había cambiado.
No podía explicarlo, solo lo sentía.
Un nudo en el estómago, una punzada entre las costillas, como si alguien hubiera entrado en mis sueños durante la noche para robarse algo sin que yo lo notara.
Me vestí en silencio y bajé las escaleras. La casa estaba tranquila, demasiado tranquila. Dante me sonrió en cuanto me vio, con esa dulzura que no sabía cómo corresponder sin sentir culpa.
Le devolví una sonrisa tenue y me senté frente a él.
Pero no podía concentrarme.
Mis