Los hombres de Asher irrumpieron en el hotel como sombras invisibles. En cuestión de segundos, Federico fue arrastrado hacia la salida sin que ninguna cámara registrara el secuestro. Lo arrojaron con violencia en la parte trasera de una camioneta negra, cerrando las puertas de golpe.
El trayecto fue interminable. Tres horas de silencio sofocante, interrumpido solo por el rugido del motor
Al llegar, lo arrastraron al interior de una cabaña aislada en medio del bosque Apenas lo dejaron caer sobre una silla, lo ataron con fuerza, como si supieran que el demonio en él intentaría escapar.
Federico recobró el sentido entre jadeos, con la mirada encendida de rabia.
—¡¿Dónde carajos estoy?! —rugió, forcejeando con las cuerdas—. ¡¿Quiénes son ustedes?! ¡¿Dónde está Becca?!
Uno de los hombres se inclinó sobre él y, sin decir una palabra, le estampó un brutal puñetazo en el rostro. Federico escupió sangre, sonriendo con desprecio.
—De aquí no sales —gruñó el hombre—. No hasta que mi jefe lo orde