El fin de semana llegó más rápido de lo que Becca había imaginado. El trayecto hacia la mansión de Federico había sido un silencio intercalado con las risas suaves de Harika, que miraba expectante por la ventanilla. El portón negro se abrió con lentitud, revelando la inmensidad de la propiedad.
Al llegar al vestíbulo, el aire fresco y perfumado a jazmín las envolvió. Una mujer de porte elegante descendía por la escalera principal.
—Becca, supongo —dijo con una sonrisa educada pero distante—. Soy Gabriela James, la esposa de Federico. Bienvenida a nuestra casa.
Becca asintió, respondiendo con la misma cortesía, aunque en su interior un nudo incómodo se formaba. Gabriela irradiaba presencia, la clase de mujer que parecía encajar con la grandeza del lugar, y eso le hizo sentirse, por un instante, fuera de lugar.
En ese momento, la tensión se disipó gracias a la risa de dos niños que corrían por el pasillo. Ronald, con su cabello castaño revuelto y un brillo travieso en los ojos, apareció