Las voces oscuras del pasado no se silencian con facilidad. A medida que la madrugada se filtraba por la ventana, Becca se retorcía entre las sábanas, atrapada en una pesadilla que no terminaba nunca. Voces susurraban en sus oídos, frías y crueles, y manos invisibles se deslizaban por su piel con una familiaridad aterradora.
—¡No me toquen! ¡Suéltenme! —gritó con desesperación, pataleando entre las sombras de su mente—. ¡Josh, por favor, ven por mí!
Al oír los gritos desde la entrada, y al ver su cuerpo temblar, sus mejillas empapadas de lágrimas, corrió a su lado sin pensarlo.
—Cariño… despierta —susurró, acariciándole el rostro con dulzura—. Ya pasó… estoy aquí. Nadie te va a hacer daño —dijo, envolviendo sus manos entre las suyas.
Becca abrió los ojos de golpe. Un segundo fue suficiente para no saber en dónde estaba, para confundir su rostro con otro. El miedo la dominó. Sin dudarlo, lo abofeteó.
Él se quedó inmóvil, sintiendo el ardor en la mejilla, pero sin soltarla. Sus ojos, si