Al llegar a la empresa, Asher se detuvo frente al enorme ventanal del vestíbulo. Necesitaba un momento para calmar los latidos que golpeaban su pecho como si fueran tambores de guerra.
—Vamos... no eres un niño —murmuró para sí—. Solo entrégaselas y ya.
Presionó el botón del ascensor con manos algo temblorosas. A cada piso que subía, la ansiedad le apretaba el pecho un poco más. Cuando las puertas se abrieron, respiró hondo y avanzó decidido. Pero antes de llegar a su destino, una vocecita lo detuvo.
—¡Hola! ¿Tú eres el jefe de mi mami? Porque eres muy guapo —dijo Harika con los ojos chispeantes, sin rastro de vergüenza.
Asher no pudo evitar sonreír.
—Hola, pequeña. Sí, soy yo.
—¡Mi cielo! ¿Qué te he dicho sobre guardar algunos pensamientos para ti? —intervino Becca con una mezcla de ternura y vergüenza, tomando suavemente la mano de su hija—. Señor, lo siento, intenté que se quedara en el apartamento con mi madre, pero es imposible detenerla cuando se propone algo.
—No tiene por qué