Cuando llegó a su apartamento, Becca no pudo cruzar la puerta. Se quedó quieta, con el corazón latiendo como si quisiera escapar, se reprochaba el hecho de haber provocado a Asher.
Sí, había trabajado en terapia, había enfrentado a sus fantasmas uno por uno. Y sí, deseaba amar y ser amada. Pero algo dentro de ella gritaba que había hecho todo mal.
—¡¿En qué estabas pensando, Becca?! —murmuró entre dientes, apretando los ojos para contener las lágrimas—. ¡No puedes ser más tonta!
No era rabia lo que sentía. Era frustración. Deseaba una relación cálida, sana… y, sin embargo, estaba actuando como una chiquilla que no media las consecuencias de sus actos. Se abrazó a sí misma, buscando contención.
—Respira... respira. Tienes que arreglar esto. Todavía puedes —se dijo al fin, obligándose a serenarse.
Con un suspiro, giró la llave y abrió la puerta. Y entonces, el mundo se detuvo.
—¡Mami! —La vocecita aguda fue seguida por unos brazos pequeños que se le enredaron al cuello.
—¡Harika! —Becca