Karim no se sentía bien, pero no podía demostrarlo. Era el jefe, el líder, y el líder había sido burlado por una dama. Peor aún, por su propia esposa. Más allá de la humillación y decepción, sentía rabia y repulsión.
Quiso matarla, clavarle una bala en medio de sus ojos ámbar, pero entendió esa tarde que no es lo mismo querer, que poder.
No pudo matarla, no pudo asesinarla. Se enamoró de ella de la forma más cegada. De no haberla descubierto, se lo habría dado todo.
Estaba dentro de la clínica, pero necesitaba salir un momento. Caminó hacia la puerta principal y se detuvo cuando el frío de la noche le golpeó. Se giró hacia una pared y golpeó el muro con fuerza. Separó de nuevo el puño y volvió a la carga. Lo hizo varias veces hasta que sus nudillos comenzaron a doler.
—¡Señor, señor! ¡Deténgase!
—¡LÁRGATE!
El enfermero que intentó intervenir se detuvo en seco tras el contundente mandato. Se alejó, llamaría a seguridad, pero uno de los guardias de Karim no le dejó, diciéndole